Recientemente
me di unas tardes para leer la novela El
príncipe de la soledad, del autor Adam J. Oderoll. Me llevé una sorpresa.
Es sencillamente extraordinaria. Y, como ocurre con toda obra maestra, lo
difícil es hablar de ella adecuadamente, porque criticar lo malo es fácil, pero
para elogiar lo que es muy bueno no siempre uno encuentra las palabras que
quisiera.
El príncipe de la soledad es, aclarando, una novela sin
príncipes ni princesas. El titulo surge, como pasa a veces, de unas cuantas
líneas del libro. Hay un personaje llamado Albram Dorogant, muy joven,
solitario, aristócrata, aunque no de los tradicionales, que parece príncipe,
pero que tiene funciones de rey que sólo despeña cuando se le da la gana.
Albram es
uno de los seis jueces del Círculo, un lugar fantástico creado en su totalidad
por el autor, donde habitan seres extraordinarios con apariencia humana. Los de
la clase superior, llamados aristócratas, son muy inteligentes, sabios,
poderosos y tienen una extraña aunque extraordinaria filosofía sobre la vida.
Respetan a los débiles precisamente porque lo son. Al que no respetan es a
Albram, debido a que son celosos de su estamento y él fue arrojado junto a ellos para que lo
aceptaran como su igual.
Las cosas
se ponen difíciles cuando un líquido vital que mantiene a los aristócratas con
vida empieza a terminarse. Eso los pone a pensar sobre su filosofía y sus
leyes, a replantear todo, aunque no quieran, porque en adelante necesitan
lastimar a los débiles para sobrevivir. A Albram no le interesa en absoluto el
destino de esa especie a la que no soporta, y aunque es un juez y tiene
obligaciones con los aristócratas, se niega rotundamente a mover un dedo para
ayudarlos. Además de que los desprecia, tiene otros motivos que no puedo
revelar porque eso significaría contar más de lo permitido de esta
extraordinaria novela.
Pronto,
debido a los problemas, los malos anuncian su existencia y empiezan a dar
guerra. Las leyes son violadas y unos seres aparentemente débiles e
indefensos son llevados al Círculo, como parte del inicio de una nueva era,
pero uno de ellos, Baon, resulta no ser nada cobarde, nada débil y sí muy
peligroso. Albram es de los primeros en comprobarlo al tener que enfrentarse a
ese joven que, al igual que él, provoca temor a los demás con la mirada.
Algo que
hace no dejar de leer El príncipe de la
soledad, aunque el sueño ya sea mucho, son los misterios que surgen desde
el principio y que sólo se revelan para dar cabida a otros más extraños de los
que a veces hacen tanta falta a mitad de una novela para que no decaiga el
interés.
El primer
personaje rodeado de misterios es Albram; su muy extraño origen, fruto de una
no permitida historia de amor, lo hace por momentos el personaje más atractivo
de la novela. Pero también está Drabelo, alguien que con su solo nombre causa
miedo y que es todo misterio, todo sombras, todo rumores; es, pues, un buen
malvado.
Ésta es una
novela no sólo para disfrutar de aventuras, de las que abundan en ella, es también
una obra para ponerse a pensar, para recordar al héroe que en la adolescencia
todos llevamos dentro, y que años después murió.
Y para los
que todavía son adolescentes, El príncipe
de la soledad es una novela que sin duda les dejará un extraordinario sabor
de boca, o quizás algo mucho mejor, quizás un buen recuerdo para toda la vida.
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